ALTAR AL DIOS NO CONOCIDO

THE ALTAR TO THE UNKNOWN GOD-ALTAR AL DIOS DESCONOCIDOEstando en Atenas esperando a unos compañeros, el intrépido Pablo visitó la ciudad, los monumentos, templos y edificios más importantes. Figuras de dioses y diosas, y de héroes y guerreros legendarios, estaban profusamente reproducidas por todos lados, siendo venerados por los atenienses, que amaban el arte y la cultura. Atenas parecía una gran galería de arte, un museo al aire libre. Pablo se preocupó por la abundante idolatría que allí había y porque el verdadero Dios estaba siendo deshonrado. Aprovechaba el tiempo para hablar en la sinagoga, pero también con los filósofos en la plaza pública, entre los cuales había algunos filósofos de los Epicúreos y de los Estoicos;1 pero éstos, y todos los demás que trataron con él, vieron pronto que tenía un gran caudal de conocimiento. Sus facultades intelectuales imponían el respeto de los letrados; mientras su fervor, su lógico razonamiento y el poder de su oratoria llamaban la atención de todo su auditorio. Sus oyentes reconocieron el hecho de que no era un novicio, sino un hombre capaz de hacer frente a toda clase de argumentos convincentes en defensa de la doctrina que enseñaba. Así el apóstol permaneció impávido, a pesar de las burlas e ironías, haciendo frente a sus opositores en su propio terreno, haciendo frente a la lógica con la lógica, a la filosofía con la filosofía, a la elocuencia con la elocuencia.

En una ocasión, le invitaron a ir a hablar en el Areópago, el lugar más emblemático de Atenas, donde estuvo rodeado de poetas, artistas y filósofos. Le preguntaron por la novedosa enseñanza que presentaba2 y aprovechó la ocasión para mencionar sus visitas turísticas y enlazar inteligentemente lo que había visto, con el mensaje del Evangelio, demostrando a la vez que conocía la literatura griega. Su discurso fue: “Varones atenienses, he observado que ustedes son muy religiosos. Porque al pasar y observar sus santuarios, hallé un altar con esta inscripción: «Al dios no conocido». Pues al dios que ustedes adoran sin conocerlo, es el Dios que yo les anuncio. El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, es el Señor del cielo y de la tierra. No vive en templos hechos por manos humanas,ni necesita que nadie le sirva, porque a él no le hace falta nada, pues él es quien da vida y aliento a todos y a todo. De un solo hombre hizo a todo el género humano, para que habiten sobre la faz de la tierra, y les ha prefijado sus tiempos precisos y sus límites para vivir, a fin de que busquen a Dios, y puedan encontrarlo, aunque sea a tientas. Pero lo cierto es que Él no está lejos de cada uno de nosotros, porque en Él vivimos, y nos movemos, y somos. Ya algunos poetas entre ustedes lo han dicho: “Porque somos linaje suyo”. Puesto que somos linaje de Dios, no podemos pensar que la Divinidad se asemeje al oro o a la plata, o a la piedra o a esculturas artísticas, ni que proceda de la imaginación humana. Dios, que ha pasado por alto esos tiempos de ignorancia, ahora quiere que todos, en todas partes, se arrepientan. Porque él ha establecido un día en que, por medio de aquel varón que escogió y que resucitó de los muertos, juzgará al mundo con justicia”.3

En aquella época de castas, cuando a menudo no se reconocían los derechos de los hombres, Pablo presentó la gran verdad de la fraternidad humana, declarando que Dios “de una sangre ha hecho todo el linaje de los hombres, para que habitasen sobre toda la faz de la tierra”. A la vista de Dios, todos son iguales. Cada ser humano debe suprema lealtad al Creador. Luego el apóstol mostró cómo, a través de todo el trato de Dios con el hombre, su propósito de misericordia y gracia corre como un hilo de oro. Al hablar Pablo de la resurrección de los muertos, “unos se burlaban, y otros decían: Te oiremos acerca de esto otra vez”.4 Entre los que escucharon las palabras de Pablo, habría algunos a quienes las verdades presentadas producirían convicción; pero no querrían humillarse para reconocer a Dios y aceptar el plan de la salvación. Ninguna elocuencia de palabras, ni fuerza de argumentos, puede convertir al pecador. Sólo el poder de Dios puede aplicar la verdad al corazón. El que se aparta persistentemente de este poder no puede ser alcanzado. Los griegos buscaban sabiduría; sin embargo, el mensaje de la cruz era locura para ellos porque estimaban su propia sabiduría más que la que viene de lo alto.5 En el orgullo intelectual por la sabiduría humana, puede hallarse la razón por la cual el mensaje evangélico tuvo comparativamente poco éxito entre los atenienses. Los sabios del mundo que acudan a Cristo como pobres y perdidos pecadores, llegarán a ser sabios para la salvación; pero aquellos que acudan como hombres distinguidos, enalteciendo su propia sabiduría, no recibirán la luz y conocimiento que sólo él puede dar. Así afrontó Pablo, con mucho tacto, el paganismo de sus días. Sus labores en Atenas no fueron totalmente inútiles. Dionisio, uno de los ciudadanos más eminentes, y algunos otros, aceptaron el mensaje evangélico, y se unieron plenamente con los creyentes.6

 

Referencias Bíblicas:

  1. Hechos 17: 16-18
  2. Hechos 17: 19-21
  3. Hechos 17: 22-31
  4. Hechos 17: 32
  5. 1 Corintios 1: 18-25
  6. Hechos 17: 33, 34