MURALLAS DE JERICÓ

042-MURALLAS DE JERICOA poca distancia del río Jordán, justo frente a Gilgal, el lugar donde estaban acampados los israelitas, estaba la ciudad de Jericó. Era una ciudad grande, rica, muy fortificada y con altas y sólidas murallas. Aún así, sus habitantes temían a los israelitas, porque habían oído del poder de su Dios al liberarles de Egipto, durante el camino y en el cruce milagroso del río Jordán.1 Jericó era virtualmente la llave de todo el país de Canaán, y representaba un obstáculo formidable para el éxito de Israel. Josué había enviado antes a dos jóvenes como espías para que visitaran la ciudad, y para que averiguaran algo acerca de su población, sus recursos y la solidez de sus fortificaciones. Los habitantes de la ciudad, aterrorizados y suspicaces, se mantenían en constante alerta y los mensajeros corrieron gran peligro. Fueron, sin embargo, salvados por Rahab, una mujer de Jericó que arriesgó con ello su propia vida. En retribución de su bondad, ellos le hicieron una promesa de protección para cuando la ciudad fuese conquistada.2

Josué, líder de los israelitas, buscó en oración una garantía de la dirección divina; y ella le fue concedida.3 Dios le dijo que ya le había entregado la ciudad y que no debían pelear para conquistarla. Sólo tenían que hacer algo raro y misterioso, que demostraría el poder de Dios y la confianza total que podían tener en él. Sólo debían marchar en silencio y en orden alrededor de la ciudad4, llevando el arca de Dios y tocando las bocinas; una vez cada día; así durante siete días. No se debía oír otro sonido que el de los pasos de aquella multitud, y el solemne sonido de las trompetas que repercutía entre las colinas que resonaría por las calles de Jericó. Muchos habitantes se burlarían; otros estarían alarmados y con miedo al ver la procesión que cada día cercaba la ciudad.

Durante seis días, la gente de Israel dio una vuelta por día alrededor de la ciudad. Llegó el séptimo día, y al primer rayo del sol naciente, Josué movilizó los ejércitos del Señor. Esta vez, les dio la orden de marchar siete veces alrededor de Jericó, y cuando oyesen el fuerte tañido de las trompetas, gritasen en alta voz, porque Dios les había dado la ciudad. Cuando acabó la séptima vuelta, las trompetas sonaron con un ruido atronador y los israelitas gritaron con gran vocerío.5 Las sólidas paredes cayeron desplomadas a tierra en ruinas. Los habitantes de Jericó debieron quedar paralizados de terror, y los ejércitos de Israel penetraron en la ciudad y tomaron posesión de ella. Los israelitas no habían ganado la victoria por sus propias fuerzas; la victoria había sido totalmente del Señor. Sólo la fiel Rahab, con todos los de su casa, se salvó, en cumplimiento de la promesa hecha por los espías.6 Ella vivió a partir de entonces con los israelitas. La ciudad entera fue incendiada. El sitio mismo de la ciudad fue maldito7; jamás se había de construir a Jericó como fortaleza; una amenaza de severos castigos pesaba sobre cualquiera que intentase restaurar las murallas destruidas por el poder divino.

 

Referencias Bíblicas:

  1. Josué 2: 9-11; 6: 1
  2. Josué 2: 12-14
  3. Josué 6: 2
  4. Josué 6: 8-14
  5. Josué 6: 15-21
  6. Josué 6: 22-25; Mateo 1: 5; Hebreos 11: 31; Santiago 2: 25
  7. Josué 6: 26